Ciudad de México,
Sergio F Cara
Crédito foto: Sergio F Cara (NotiPress)
Durante siglos, distintas tradiciones —de la Cábala al Taoísmo, del hermetismo a la sabiduría de los pueblos originarios— han coincidido en una misma ley: el universo se sostiene en el equilibrio entre fuerzas opuestas. Sin embargo, la modernidad rompió ese pacto. La búsqueda del progreso olvidó la medida, la libertad se desbordó sin justicia y la razón se impuso sobre la conciencia. Hoy, más que una crisis económica o política, vivimos una crisis de balance: la humanidad perdió el centro que daba sentido a su propio movimiento.
Así, por siglos, la humanidad buscó en los extremos respuestas que solo podía hallar en el centro. Las ideologías nacieron como expresiones legítimas de una necesidad colectiva: dar forma a la libertad o contener el desorden, distribuir el poder o concentrarlo para mantener el rumbo. Pero con el tiempo, tanto la derecha como la izquierda olvidaron el principio que sostiene toda evolución: el equilibrio de los opuestos.
Las corrientes de derecha convirtieron el orden en dogma, la estructura en jerarquía y la tradición en frontera. Al hacerlo, perdieron la flexibilidad que hace viva a la ley y confundieron estabilidad con inmovilidad. Las de izquierda, en cambio, hicieron del cambio un absoluto, de la justicia un fin sin raíz y de la igualdad un espejo que borra las diferencias. En su afán por liberar, muchas veces olvidaron que sin forma no hay permanencia, y sin límites, la libertad se disuelve.
Ambos extremos son, en realidad, hijos de la misma fractura: la pérdida del equilibrio interior. Representan las dos columnas del mundo —Guevurá y Jesed, rigor y misericordia— que dejaron de sostenerse mutuamente. El pensamiento de derechas exalta la disciplina saturnina, la necesidad de límites; el de izquierdas, la expansión neptuniana, la compasión sin medida. Pero el universo, como enseñan las antiguas tradiciones, no evoluciona desde el exceso, sino desde la integración.
En la Cábala (mistisismo judio), ese punto de equilibrio se llama Tiféret, la belleza que surge cuando el juicio se une al amor. En el hermetismo, es la Ley de Correspondencia, que enseña que lo que se separa arriba se fractura abajo. En la masonería, es la columna del medio, donde la fuerza y la sabiduría se encuentran en la belleza. Todas las filosofías antiguas advierten lo mismo: los contrarios no deben destruirse, sino reconocerse para crear una síntesis superior.
El futuro no pertenece a los extremos, sino a quienes aprendan a reconciliar lo que la historia dividió.El equilibrio perdido no está en las ideologías, sino en la conciencia que las sostiene.Hoy vivimos el resultado de no haber aprendido esa lección. Las democracias se agotan entre la polarización y el descrédito, las economías buscan sentido más allá del crecimiento, y la espiritualidad se fragmenta entre fe ciega y racionalismo vacío. El péndulo ideológico se mueve cada vez con más velocidad, pero cada vez con menos conciencia. Hemos confundido movimiento con evolución.
Recuperar el equilibrio no implica borrar las diferencias, sino volver a hacerlas dialogar. La derecha necesita recordar que la ley sin empatía se convierte en muro; la izquierda, que la empatía sin estructura se vuelve desorden. Ambas fuerzas son necesarias, como inhalar y exhalar según las distintas tradiciones. La política, al igual que la vida, no prospera por la victoria de un polo, sino por la respiración continua entre ambos.