Foto: Gustavo Torres (NotiPress/Composición)
La búsqueda de justicia requiere de datos precisos, sin embargo, estos muchas veces pueden presentar fallas, sesgos y ausencias. En este sentido, la escritora y profesora asociada del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Catherine D'Ignazio, explora el activismo en Latinoamérica, el cual se convirtió en una fuente para tabular cuántas mujeres habían sido asesinadas en sus países como resultado de la violencia de género. De esta forma se llegó a cifras que muchas veces diferían de las estadísticas oficiales.
En su libro "Counting Feminicide", D’Ignazio explora la recopilación de datos por parte de grupos activistas para compartirlos y aplicarlos a proyectos que defienden la libertad y la dignidad humana. El libro documenta el auge del activismo de datos como una forma de ciencia de datos ciudadana. Así, a partir de una mayor disponibilidad de herramientas, la recopilación y la realización de datos se convierte en una tendencia en auge de activismo social. En efecto, las personas pueden utilizar los datos recopilados para justificar un hecho y, de esta forma, plantear demandas políticas a las instituciones.
Cuando se trata de feminicidios, la iniciativa de contabilizar las cifras surge porque el Estado muchas veces no lo hace. De esta forma, el activismo llena la brecha a partir de las herramientas que se encuentran a su disposición. Muchas veces, la efectividad de los resultados es tal que los medios terminan acudiendo a las activistas en calidad de autoridades en la materia.
Una de las características que diferencia a este tipo de recopilación de datos con la ciencia de datos estándar es una mayor conexión y humanización del conjunto de datos recolectados, lo cual hace que estos grupos se involucren en todo el proceso. Por otra parte, la autora señala la sofisticación que tienen los activistas de datos en torno a lo que representan sus datos y cuáles son los sesgos en los datos. Esto significa que los grupos activistas son conscientes de que sus datos no están completos, aun así, no pierden su funcionalidad.
Por otro lado, D’Iganzio resalta la intención del Instituto Tecnológico para colaborar con el activismo al ofrecer tecnología adecuada para respaldar su trabajo. No obstante, los activistas rechazaron la propuesta alegando que no querían una automatización total del trabajo para no perder la carga emocional de la investigación. "Eso no es algo que siempre esperaría escuchar de los científicos de datos", afirma la autora.
Desde una perspectiva computacional es difícil definir un feminicidio teniendo en cuenta sus múltiples definiciones. Justamente, la proliferación de su definición refleja la importancia de la conversación global y trasnacional. A pesar de haber sido codificado en muchas leyes, ninguna es en su totalidad definitiva, como tampoco lo es la definición del activismo. Por lo tanto, D’Ignazio afirma que se necesita de diálogo y lucha para lograr crear un sistema computacional que tenga comprensión del proceso democrático.
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