Ciudad de México,
Martín Olivera
Crédito foto: DVIDS
El alto el fuego entre Irán y Estados Unidos, anunciado oficialmente el martes 24 de junio, marcó el cierre de una etapa de hostilidades intensas. A pesar del fin de las operaciones militares, Washington comenzó a tomar medidas que sugieren un compromiso sostenido en la región.
Fotografías satelitales difundidas por The New York Times muestran una expansión acelerada en la base logística estadounidense L.S.A. Jenkins, ubicada a 48 kilómetros tierra adentro desde la costa saudí del mar Rojo. Esta instalación, inicialmente discreta, evolucionó hacia un centro estratégico de almacenamiento, habitabilidad y defensa.
Desde inicios de 2024, el gobierno estadounidense destinó más de 3 millones de dólares para reforzar L.S.A. Jenkins y otras bases en la región. Además de mejoras estructurales, se documentaron movimientos de tropas del 364th Expeditionary Sustainment Command, especializado en operaciones logísticas.
Consultado por The New York Times, el general retirado Frank McKenzie declaró: "Nos lo pone más fácil a nosotros y más difícil a ellos. En todos los sentidos posibles, es algo positivo". Las declaraciones apuntan a que la presencia estadounidense no disminuirá pese al fin del conflicto directo.
Estados Unidos también enfrenta un dilema estratégico: contener a Irán sin comprometer recursos que podrían ser destinados a otras regiones prioritarias como Asia. Un informe preliminar de la Agencia de Inteligencia de Defensa filtrado el 24 de junio indica que el programa nuclear iraní solo se retrasó unos meses.
La filtración indica una evaluación de "baja confianza", pero revela preocupaciones sobre un posible programa clandestino iraní. Fuentes israelíes consideran que el uranio enriquecido fue monitoreado, pero las capacidades nucleares iraníes no han sido completamente neutralizadas.
Si bien Donald Trump declaró que la operación "destruyó por completo" las instalaciones nucleares, la Agencia Internacional de Energía Atómica solo confirmaron daños relevantes. Esta discrepancia plantea preguntas sobre el futuro del programa nuclear iraní y el rol estadounidense en su supervisión.
Sobre la posible caída del régimen islámico, Trump escribió: "¿por qué no habría un cambio de régimen???", en redes sociales. Aunque su gobierno no confirmó esa intención, altos funcionarios iraníes ya preparan una eventual sucesión del ayatolá Alí Jamenei.
De acuerdo al The New York Times, Jamenei habría designado tres clérigos como posibles sucesores para garantizar una transición ordenada. El líder, de 86 años, gobernó durante más de tres décadas y enfrenta crecientes presiones internas y externas.
Aun así, los analistas plantean dudas con respecto a una caída forzosa del ayatolá. Trita Parsi, del Quincy Institute, advirtió en CNN: "El colapso del régimen significa simplemente el colapso del Estado, y dejar que el caos resultante se agrave". El riesgo de un vacío de poder preocupa a analistas por las posibles implicaciones para la estabilidad regional.
Minorías como los kurdos, baluches y árabes podrían buscar mayor autonomía si el gobierno central se debilita. El grupo Ejército de la Justicia, de origen baluche, afirmó que el ataque "no es contra Irán, sino contra el régimen vigente del Velayat-e-Faqih".
Otro escenario considerado es el ascenso de sectores militares radicales dentro de Irán. Parsi señaló: "No serían el tipo de régimen que Estados Unidos podría haber imaginado", indicando que un reemplazo no garantiza acercamientos diplomáticos con Occidente.
Por ahora, la prioridad estadounidense parece centrarse en mantener capacidades disuasorias en la región. La base L.S.A. Jenkins, junto a otras nuevas posiciones en Arabia Saudita, representa una inversión a largo plazo en infraestructura militar.