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La figura de la protagonista de cine y telenovelas en los medios ha sido de enorme importancia en la cultura popular mexicana, siendo el centro de la narrativa y retratando su momento histórico, así como influyéndolo. Las divas de cada década nos hablan de las necesidades de su época, del valor simbólico que encierra la mujer, sus expresiones, los roles que, se espera, cumplan, así como su papel dentro de las historias contadas y el imaginario colectivo
Durante la explosión de la llamada época de oro del cine mexicano, se delinearon varios arquetipos de mujeres mexicanas en entornos rurales y también urbanos, dos de los más llamativos están encarnados en Blanca Estela Pavón, en Nosotros los pobres, 1948; y María Félix en Enamorada, 1946. La primera, la abnegada compañera de Pepe el Toro, es un personaje urbano, dotado de la mansedumbre esperada en la esposa en un México que buscaba su lugar en la era urbana, pero guardando los modelos más tradicionales del comportamiento.
Basada en la Fierecilla domada de Shakespeare, la segunda presenta a una mujer altanera y llena de orgullo, a la campirana sin temor al hombre fajado, la cual derivaría en la posterior devora hombres, a la mujer sin alma castigando duramente en pantalla cualquier esfuerzo femenino para realizar las tareas y privilegios del macho. Las dos divas, a su modo, perpetúan la figura de la mujer dependiente y entregada como la virtuosa y a la que se pone los pantalones, como la pecadora.
A principios de los años sesenta, el auge de los personajes juveniles retrató de otro modo a la diva mexicana: Angélica María era el estandarte de las niñas bien, las moralmente portadas, las hijas de casa. Su contraparte, Maricruz Olivier, dejaba ver a una nueva mujer mexicana; la ambiciosa muchacha pobre que hará todo y por encima de quien sea para escalar socialmente. Las dos son expresiones reflejo del crecimiento de las grandes ciudades, de la solidificación de la clase media y su obsesión aspiracional. Del castigo ejemplar a la que transgrede las clases y las castas. Del premio y el nombramiento de novia de México, a quien perpetua las reglas morales.
Hacia los ochentas, las divas populistas son quienes reinarán: Verónica Castro y Lucía Méndez son las cenicientas que demostrarán al público la nula importancia de la condición social o la pobreza extrema: la belleza y el amor las elevarán a la soñada clase alta. Las historias alrededor de ellas, naturalizan el maltrato, la discriminación y el racismo. Sus características emocionales nos hablan de mujeres que soportan el castigo y lo superan, se crecen a los obstáculos entre ellas y el amor, pero jamás renuncian a su condición de pueblo, a sus creencias, a sus códigos morales. Nunca ambicionan el dinero o la posición social. Solo buscan consolidar su relación romántica. Exacto el mismo discurso del salinato y las administraciones más populistas de la historia del país.
En Mirada de mujer, 1996, la nueva heroína, personificada por Angélica Aragón, representa a una sociedad en transformaciones bruscas y profundas. El inicio de la alternancia política, el derrumbe de paradigmas sociales caducos, el cambio en el enfoque de vida de una mujer de cincuenta años que está apenas lista para enamorarse, aventurarse, para perder o ganar, mientras que Thalía reafirma el papel de la cenicienta de Televisa con su trilogía de Marías, llenas de clichés y estereotipos.
Conforme la sociedad cambia, la idea de mujer que habita en el imaginario mexicano ha ido evolucionando, pues los formatos evolucionan y los modelos sociales, utilizados para mantener cierto control y conformidad de acuerdo a los roles de género, se actualizan día a día y se encapsulan en la figura de las divas.
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