Foto: Patricia Manero (NotiPress/Composición)
Desde los primeros debates presidenciales, se plantó la semilla de la superficialidad como un rasgo esencial para ganar la contienda. Entre el lenguaje corporal, las expresiones faciales y las respuestas agudas, los debates presidenciales en Estados Unidos vieron cómo se desarrolla la construcción de la imagen como un factor de éxito, dejando en un segundo lugar las propuestas de cada candidato. En el debate presidencial entre Donald Trump y Kamala Harris, esa planta alcanzó su altura máxima.
La estrategia de Harris parecía muy clara: acorralar a Donald Trump. El plan quedó al descubierto desde el inicio del debate cuando fue la propia Harris quien tuvo que acercarse al candidato republicano para estrechar su mano. Luego, a través de risas burlonas y desdeñosas, la vicepresidenta logró colmar la paciencia de Trump acudiendo a acusaciones poco sostenibles.
Si bien los votantes quedaron sorprendidos por este cruce, muchos quedaron con la necesidad de saber más acerca de las propuestas de los candidatos, quienes durante sus campañas no lograron consolidar una agenda concreta sobre cómo sería su gobierno. El debate no logró arrojar luz en este aspecto.
Mientras que se centró en calcar a Harris como una izquierdista radical, Trump no logró dar detalles de sus principales propuestas. Con respecto al tan recurrido tema de la inmigración, el candidato republicano no pudo describir cómo intentaría deportar a millones de inmigrantes ilegales. Por otro lado, Trump se pasó 9 años diciendo querer derogar la ley de Atención Médica Asequible, sin embargo, admitió no tener un plan para remplazarlo.
Por su parte, Harris no logró cerrar la brecha de sus contradicciones entre sus posturas pasadas y presentes. La candidata demócrata aseguró que analizaría cada punto planteado, pero en realidad solo explicó por qué votó a favor de nuevos contratos de fracking para reducir la dependencia del petróleo extranjero.
Qué vio el mundo en el debate
Rusia prestó atención a las referencias hechas al presidente Vladimir Putin. En particular, se mostró molesto por el uso de su nombre como parte de las discusiones internas de la política estadounidense. El portavoz Dmitry Peskov expresó su descontento, afirmando que les gustaría que el nombre de Putin no se mencionara en tales contextos. El mandatario respaldó de manera irónica a la vicepresidenta Kamala Harris en las elecciones, elogiando su "risa contagiosa" pero desestimando sus habilidades políticas.
Ucrania no dejó pasar la falta de claridad en las declaraciones de Trump sobre la guerra. Evitó responder directamente si desea que Ucrania gane, lo cual alimentó el temor de que un segundo mandato suyo implique concesiones a Rusia. En contraste, Kamala Harris reafirmó el compromiso de Estados Unidos con Ucrania y señaló que la posición de Trump habría sido desastrosa para el país, afirmando que si él fuera presidente, "Putin estaría sentado en Kiev ahora mismo".
Harris, por otro lado, insistió en que Estados Unidos ganará la competencia del siglo XXI, mientras acusaba a Trump de "vender chips" a China, lo cual supuestamente ayudó a modernizar su ejército. Trump, por su parte, reiteró su intención de imponer más aranceles a los productos chinos, una medida que podría intensificar la ya existente guerra comercial entre ambos países. Para China, la incertidumbre que representa Harris es una preocupación, aunque la política estadounidense hacia el país no parece cambiar significativamente sin importar el resultado de las elecciones.
En cuanto a Medio Oriente, Trump afirmó que Israel no existiría en dos años si su oponente gana las elecciones, mientras Harris mostró una postura más crítica hacia el gobierno de Benjamin Netanyahu, sugiriendo que podría ser más dura con Israel en comparación a la administración Biden. Los palestinos, aunque desconfiados de Trump, ven a Harris como una opción más favorable debido a su apoyo al Estado palestino.
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