Foto: Sergio F Cara (NotiPress)
Aproximadamente tres millones de estadounidenses viven con enfermedad inflamatoria intestinal (EII), un término amplio abarcando a la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa, dos afecciones crónicas del sistema digestivo. Ambos trastornos son el resultado de una interacción compleja entre factores genéticos, ambientales e inmunológicos, lo cual contribuye a la inflamación recurrente en el intestino.
Las terapias tradicionales para tratar la EII buscan suprimir el sistema inmunológico, con el objetivo de reducir la inflamación y aliviar los síntomas. Sin embargo, investigaciones recientes en el campo del microbioma humano sugieren que comprender mejor la composición bacteriana intestinal podría ayudar a controlar la EII de manera más efectiva. Estudios preliminares en células y animales exploraron el papel de los probióticos, también conocidos como "bacterias buenas", en el manejo de la EII.
El microbioma intestinal es una comunidad de bacterias, virus, hongos y otros microorganismos, tanto beneficiosos como perjudiciales, las cuales habitan el tracto digestivo. Un microbioma sano ayuda a fortalecer el revestimiento intestinal, creando una barrera protectora contra bacterias y toxinas dañinas, permitiendo la absorción de nutrientes esenciales. Se comprobó que algunas bacterias beneficiosas producen sustancias que ayudan a las células intestinales a mantenerse fuertes, formando una barrera limitando la entrada de bacterias perjudiciales y estimulan la producción de moco protector.
Ciertos estudios con ratones demostraron que un microbioma saludable es clave para la formación de un revestimiento intestinal fuerte, lo cual previene la inflamación y ayuda a combatir infecciones. Sin embargo, un microbioma en desequilibrio, conocido como disbiosis, puede hacer que el revestimiento intestinal sea más permeable, permitiendo la entrada de toxinas y provocando una respuesta inflamatoria. Esta inflamación crónica, generada por la disbiosis, es una característica distintiva de la EII.
Los probióticos, los cuales son microorganismos vivos presentes en suplementos o alimentos fermentados, fueron propuestos como una alternativa para restaurar el equilibrio bacteriano y reducir la inflamación en personas con EII. Si bien algunos estudios sugieren beneficios modestos de ciertas cepas probióticas en la colitis ulcerosa, como las bifidobacterias y lactobacilos, aún no se prescriben de manera rutinaria para esta enfermedad. En el caso de la pouchitis, una complicación postquirúrgica de la EII, algunos estudios han señalado que el probiótico VSL#3 ayuda a reducir síntomas, aunque su uso se limita a esta situación específica.
Dicha investigación en probióticos para la enfermedad de Crohn es más limitada y los resultados han sido en gran medida insatisfactorios, pues la mayoría de los estudios no demostraron beneficios significativos sobre los tratamientos convencionales. Asimismo, se está estudiando el papel de la dieta y la fibra en el microbioma, y se observó que una dieta alta en fibra, como la mediterránea, podría reducir modestamente los síntomas en personas con EII, pero su impacto directo en la inflamación aún no es concluyente.
Si bien los probióticos y los prebióticos muestran cierto potencial como tratamiento de apoyo en la EII, la falta de evidencia sólida y la complejidad del microbioma plantean retos significativos para su aplicación generalizada. Todavía existen preguntas fundamentales sin resolver en torno a las dosis, la duración del tratamiento y las formulaciones adecuadas de probióticos para cada paciente.
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