Ciudad de México,
Fernanda Martínez
Crédito foto: Sergio Cara (NotiPress)
La primera vacuna fue desarrollada en 1879 por el bacteriólogo francés Louis Pasteur con el fin de luchar contra el cólera aviar. A partir de la primera vacuna se desarrollaron varias con el fin de prevenir enfermedades o bien, contrarrestar su gravedad. Actualmente la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene registradas 20 tipos de vacunas contra difteria, fiebre tifoidea, hepatitis B, poliomielitis, entre otras. Sin embargo, a pesar de su impacto positivo en el desarrollo de la humanidad, han existido dudas acerca de su seguridad. Por ello, un grupo de investigadores de vacunas en Mayo Clinic consideraron necesario realizar estudios de forma prolongada sobre las vacunas con el fin de resguardar la seguridad de los pacientes.
A partir de 1998 los movimientos antivacunas tomaron fuerzas tras la publicación del doctor británico Andrew Wakefield en la revista The Lancelot. En dicha publicación, categorizada como fraudulenta, Wakefield aseguró que había relación entre la vacunación triple viral, sarampión, paperas y rubeola, con el autismo. De esta forma se empezaron a crear mitos alrededor de las vacunas, y actualmente grupos afirman que inocularse para prevenir enfermedades es inseguro. Por su parte, la OMS afirma la presentación de efectos secundarios tras la vacunación, los cuales suelen ser muy leves y temporales. Pero, no niega la existencia de casos con efectos secundarios graves, los cuales son sumamente raros.
En una publicación de la revista Nature Review Immunology a la cual NotiPress tuvo acceso, los doctores de Mayo Clinic Gregory Poland y Richard Kennedy explican la importancia de enfocarse más en comprender el impacto posterior de las vacunas sobre la inmunidad. Así como entender el impacto en otros sistemas biológicos para recopilar información útil, y de esa forma fabricar vacunas más seguras para todos y así aumentar la confianza del público en ellas. De acuerdo con Poland y Kennedy al estudiar más a fondo los mecanismos moleculares, genéticos e inmunológicos de las inmunizaciones permitirá comprender y evitar los efectos secundarios.
Asimismo, exhortan a los científicos a investigar continuamente las sustancias coadyuvantes que mejoran la inmunidad. Las cuales permiten afinar intervenciones para afecciones específicas o subdivisiones de enfermedades. De igual forma, sostienen que todas las posibles interacciones y efectos secundarios pueden obstaculizar el correcto funcionamiento del sistema inmunológico y el resto de los sistemas corporales son normales. También solicitan una mejor supervisión a las reacciones de los voluntarios en ensayos clínicos y en la práctica, después de un largo tiempo de haber concluido el ensayo.
Finalmente, afirman que ninguna vacuna está exenta de riesgos y efectos adversos. Sin embargo, la seguridad en vacunas, así como la confianza de pacientes puede aumentar si se invierte más dinero a las investigaciones, especialmente en infraestructura, evaluación, rastreo, análisis y estudios longitudinales.